Litigio estratégico y el riesgo del linchamiento digital

Diana Murillo

9/10/20257 min leer

Introducción

El litigio estratégico constituye hoy una de las herramientas más relevantes dentro de la abogacía contemporánea. No se trata únicamente de defender un caso particular, sino de diseñar estrategias que puedan sentar precedentes, visibilizar injusticias estructurales y provocar cambios que trasciendan lo individual. En este sentido, el papel del abogado no se reduce a ser un representante procesal, sino a convertirse en un agente que contribuye al fortalecimiento de la justicia y de la vida democrática.

En este marco, la literatura sobre litigio estratégico enfatiza la importancia de la previsión y de la planificación estratégica, no solo desde la óptica del derecho procesal, sino también considerando los impactos mediáticos y sociales que un caso puede generar. Los tribunales internacionales han señalado que el litigio estratégico puede ser un instrumento de protección de derechos fundamentales cuando se combina con prudencia y respeto a las normas procesales. Autores como Scheppele (2013) y Gauri (2011) destacan que la combinación de litigio estratégico con advocacy mediático requiere un análisis detallado de los riesgos y beneficios, considerando siempre los principios de proporcionalidad y debido proceso.

Asimismo, en el contexto mexicano, el litigio estratégico cobra relevancia frente a desafíos estructurales: la lentitud procesal, la falta de confianza en algunas instancias judiciales y la presión social sobre casos mediáticos. Estudios recientes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH, 2022) evidencian que la intervención de la opinión pública puede generar consecuencias inesperadas en la resolución de casos delicados, especialmente cuando se trata de delitos de alto impacto social.

Litigio estratégico y exposición mediática

En la práctica actual, el litigio estratégico se enfrenta a un fenómeno cada vez más frecuente: la injerencia de las redes sociales. Es innegable que estas plataformas se han convertido en un espacio de denuncia y visibilización, especialmente cuando las autoridades fallan en su deber de investigar, sancionar o reparar. Sin embargo, la prudencia es indispensable. La exposición mediática de un caso debe ser el último recurso, nunca la primera estrategia. De lo contrario, se corre el riesgo de debilitar la esencia misma de la justicia.

La rapidez y masificación de la información digital introduce un nuevo reto para los abogados: cómo gestionar la percepción pública sin comprometer la imparcialidad del procedimiento judicial. Estudios comparados muestran que la presión mediática puede influir en la percepción social del caso y afectar la independencia judicial, lo que convierte la comunicación estratégica en un componente esencial del litigio contemporáneo. Experiencias de litigios en Estados Unidos, Reino Unido y América Latina demuestran que los casos altamente mediatizados presentan mayores riesgos de filtración de información, testigos presionados y decisiones judiciales sesgadas, aun cuando las partes actúen de buena fe.

Cuando un asunto se viraliza y se acusa públicamente a alguien de cometer delitos sin esperar a que los mecanismos judiciales hagan su trabajo, se retrocede a épocas en las que la justicia se ejercía por propia mano. El llamado “linchamiento digital” traslada la decisión al tribunal de la opinión pública, donde no existen garantías de debido proceso, imparcialidad ni proporcionalidad en la sanción social.


Desde la óptica de los derechos humanos, este fenómeno no es menor: vulnera la presunción de inocencia, el honor, la vida privada y la dignidad de las personas. A menudo, lejos de garantizar el acceso a la justicia, lo entorpece. El Estado mexicano tiene la obligación de proteger estos derechos también en el entorno digital; la omisión en hacerlo puede incluso generar responsabilidad internacional.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos han sostenido que la libertad de expresión debe equilibrarse con la protección del honor y la presunción de inocencia. En el contexto digital, esto implica que los Estados deben desarrollar políticas y mecanismos judiciales para prevenir daños reputacionales masivos que comprometan la equidad de los procesos legales. Esto incluye la regulación de la difusión de información en plataformas digitales, así como mecanismos de denuncia rápida y procedimientos judiciales de carácter urgente que eviten la propagación desmedida de acusaciones antes de la resolución de los casos.

Cambios normativos y desafíos legales

Conviene recordar, además, que en México la figura penal de la difamación fue derogada en numerosos estados de la República, trasladándose al ámbito civil bajo la protección del derecho al honor y la reparación del daño moral. Este cambio normativo, alineado con los estándares internacionales en libertad de expresión, responde a la necesidad de evitar un uso arbitrario del derecho penal como mecanismo de censura. Sin embargo, también plantea nuevos desafíos: hoy en día, las afectaciones derivadas del linchamiento digital se encuentran en una zona gris, donde el marco civil ofrece resarcimiento, pero no logra prevenir la exposición masiva ni reparar del todo las consecuencias sociales y emocionales de una difamación viral.

Esta transición hacia el ámbito civil plantea la necesidad de mecanismos más ágiles y efectivos de tutela judicial, incluyendo medidas cautelares, protocolos de protección del honor y estrategias de mitigación del daño en medios digitales. Además, el concepto de “derecho al olvido” empieza a ser relevante para garantizar que la información difamatoria no continúe afectando la vida de las personas una vez iniciado el proceso judicial.


A nivel doctrinal, se considera que el desafío central es la falta de mecanismos preventivos. A diferencia del ámbito penal, donde existen medidas precautorias y audiencias iniciales que limitan la exposición, en el civil las medidas son más reactivas, y la información puede viralizarse antes de que se adopten acciones legales. Por ello, la práctica profesional debe incluir planes estratégicos de comunicación, evaluación de riesgos digitales y educación a clientes sobre los efectos reputacionales de sus decisiones.

Al mismo tiempo, debemos reconocer que la libertad de expresión es un pilar democrático. No obstante, como lo han señalado tribunales constitucionales e internacionales, dicha libertad no es absoluta: encuentra límites cuando se convierte en discurso de odio, en estigmatización de grupos vulnerables o en una afectación desproporcionada a la honra de alguien que aún no ha sido juzgado.

Rol de jueces y abogados

En este escenario, el papel de jueces y abogados resulta fundamental. Los jueces deben resistir la presión mediática y resolver conforme a derecho, no conforme a las tendencias digitales. Y los abogados tenemos la responsabilidad de ejercer un rol pedagógico con nuestros clientes: explicar que recurrir a las redes sociales no acelera la justicia, sino que con frecuencia la contamina y la complica. El verdadero acceso a la justicia se encuentra en estrategias sólidas, en la confianza en las instituciones y en el ejercicio profesional de la defensa, no en la exposición pública desesperada.

La formación de abogados y jueces en materia de delitos y daños digitales es crucial para asegurar que los procesos judiciales sean respetuosos de los derechos humanos y del debido proceso. Asimismo, la adopción de protocolos de comunicación institucional y privada contribuye a minimizar los riesgos de linchamiento digital y de presión mediática indebida.

Sabemos que muchas veces las personas se encuentran en situaciones de angustia y vulnerabilidad. Por ello, es comprensible que se busque en lo digital una salida inmediata. Sin embargo, lo correcto es acudir con abogados expertos, diseñar un litigio bien estructurado que proteja todos los derechos involucrados y confiar en que el proceso judicial, aunque complejo y lento, es el único que garantiza imparcialidad y respeto a la dignidad humana.


Estudios recientes muestran que más del 60% de los casos mediáticos que llegan a viralizarse experimentan retrasos en la resolución judicial debido a la presión social y a la contaminación mediática, lo que evidencia la necesidad de protocolos claros dentro de los despachos y de lineamientos internos sobre comunicación estratégica (INEGI, 2022).


Además, la responsabilidad de la sociedad es clave. Los ciudadanos deben comprender que la difusión masiva de acusaciones puede causar daños irreparables y que exigir justicia debe ser un acto informado, ético y prudente, alineado con las instituciones y la ley. La educación sobre el debido proceso y la presunción de inocencia es un componente esencial de la prevención del linchamiento digital.

La ética profesional exige que los abogados, además de defender a sus clientes, sean asesores sobre la gestión mediática y digital, señalando cuándo la exposición pública puede perjudicar el caso, incluso si la presión social sugiere lo contrario. Esta responsabilidad incluye capacitar a los clientes para que comprendan que la justicia no se acelera con publicaciones virales y que la justicia por propia mano, en el ámbito digital, es incompatible con el Estado de Derecho.

Conclusión

El verdadero reto del litigio estratégico es equilibrar la firmeza en la defensa con la prudencia en la exposición pública. Solo así será posible avanzar hacia una justicia que no dependa del linchamiento digital, sino del derecho, de las instituciones y del respeto irrestricto a la dignidad humana.

La sociedad, los jueces, los abogados y las instituciones tienen una responsabilidad compartida: garantizar que la justicia funcione conforme a derecho, resistiendo la presión de la opinión pública digital y protegiendo los derechos de todas las partes. La adecuada integración de estrategias jurídicas, educación digital y mecanismos de reparación civil constituye el camino para que el litigio estratégico cumpla su función sin sacrificar los principios de imparcialidad, equidad y respeto a la dignidad humana.

Finalmente, el litigio estratégico exitoso no solo se mide por la victoria en tribunales, sino también por la capacidad de proteger la integridad de las personas involucradas, garantizar la eficacia del proceso judicial y fomentar una cultura de respeto al derecho y a la ética profesional en la sociedad.